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¿Es la globalización una tarea sólo de la política y la economía?
Antes
existía la idea de un reparto de funciones: la economía debía ocuparse de
aumentar la riqueza, y la política, de su justa distribución. En la era de la
globalización, sin embargo, los beneficios se logran a nivel global, mientras
que la política queda limitada a las fronteras de los Estados. Por eso hoy no sólo
es necesario el fortalecimiento de las instituciones políticas supraestatales,
sino también la iniciativa de personas y grupos sociales que se dediquen a la
economía en las regiones más pobres del mundo, no en primer lugar a causa del
beneficio, sino partiendo de un espíritu de solidaridad y de caridad. Junto al mercado
y al Estado es necesaria una sociedad civil fuerte.
En el mercado se
intercambian prestaciones equivalentes y contraprestaciones. Pero en muchas
regiones del mundo las personas son tan pobres que no pueden ofrecer nada para
el trueque y así son cada vez más dependientes. Por eso son necesarias
iniciativas económicas que no estén regidas por la «lógica del intercambio»
sino por la «lógica del don sin contrapartida» (Benedicto XVI. CiV). En ellas
no se trata de dar a los pobres una mera limosna, sino, en el sentido de la autoayuda,
de abrirles caminos para la libertad económica. Existen iniciativas cristianas,
como, por ejemplo, el proyecto «economía de la comunión» del Movimiento de los
Focolares, que tiene en todo el mundo más de 750 empresas. También hay «empresarios
sociales» (social entrepreneurs) no cristianos, que, aunque se orientan al
beneficio, trabajan en el espíritu de una «cultura del don» y con la finalidad
de mitigar la pobreza y la exclusión.
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