El YOUCAT busca acercar a los jóvenes a la fe cristiana, presentando su contenido desde un lenguaje renovado.
Dividido en cuatro partes, el texto incluye 527 preguntas y respuestas que buscan dar razón de la esperanza cristiana.
Desde este blog acompañamos la publicación sumando comentarios, canciones, videos y otros recursos que permitan a los jóvenes familiarizarse con la propuesta, siempre joven, de Jesús.
En los Frutos del Espíritu Santo puede ver el
mundo qué sucede con las personas que se dejan totalmente tomar, conducir y
formar por Dios. los frutos del Espíritu Santo muestran que Dios tiene un papel
real en la vida de los cristianos.
310.-
¿Qué son los siete dones del Espíritu Santo?
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Con ellos
«dota» el Espíritu Santo a los cristianos; es decir, más allá de sus
disposiciones naturales, él les regala unas fuerzas determinadas y les da la
oportunidad de convertirse en instrumentos especiales de Dios en este mundo.
[1830-1831, 1845]
Así dice san Pablo: «Uno recibe del Espíritu
el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo
Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por
el mismo Espíritu, don de curar. A éste se le ha concedido hacer milagros; a
aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la
diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas» (1 Cor 12,8-10).
La caridad es la virtud por la que nosotros, que
hemos sido amados primero por Dios, nos podemos entregar a Dios para unirnos a
él y podemos aceptar a los demás, por amor a Dios, tan incondicional y cordialmente
como nos aceptamos a nosotros mismos. [1822-1829, 1844]
Jesús coloca la caridad por encima de todas las
leyes, sin abolirlas por ello. Con razón por tanto dice san Agustín: «Ama y haz
lo que quieres». Lo que no es tan fácil como parece. Por ello la caridad es la
mayor de las virtudes, la energía que anima a las demás y las llena de vida
divina.
La
esperanza es la virtud por la que anhelamos, con fortaleza y constancia, aquello
para lo que estamos en la tierra: para alabar y servir a Dios; aquello en lo
que consiste nuestra verdadera felicidad: encontrar en Dios nuestra plenitud; y
en donde está nuestra morada definitiva: Dios. [1817-1821, 1843]
La esperanza es confianza en lo que Dios nos ha prometido en la
Creación, en los profetas y especialmente en Jesucristo, aunque todavía no lo
veamos. Para que podamos esperar con paciencia la verdad se nos da el Espíritu
Santo de Dios.
La
fe es la virtud por la que asentimos a Dios, reconocemos su verdad y nos
vinculamos personalmente a él. [1814-1816,
1842]
La
fe es el camino creado por Dios para acceder a la verdad, que es Dios mismo.
Puesto que Jesús es «el camino y la verdad y la vida» (]n 14,6) esta fe no
puede ser una mera actitud, una «credulidad» en cualquier cosa. Por un lado la
fe tiene contenidos claros, que la Iglesia confiesa en el Credo (= confesión de
fe) y que está encargada de custodiar. Quien acepta el don de la fe, quien por
tanto quiere creer, confiesa esta fe mantenida fielmente a través de los
tiempos y las culturas. Por otra parte, la fe consiste en la relación de
confianza con Dios, con el corazón y la inteligencia, con todas las emociones.
Porque la fe «actúa por el amor» (Gál 5,6). Si alguien cree realmente en el
Dios del amor lo demuestra no en sus proclamaciones, sino en sus actos de amor.
306.-
¿Por qué son virtudes la fe, la esperanza y la
caridad?
También la fe, la esperanza y la caridad son verdaderas fuerzas, ciertamente
concedidas por Dios, que el hombre puede desarrollar y consolidar con la ayuda
de Dios para obtener «vida abundante» (Jn 10,10). [1812-1813, 1840-1841]
Las virtudes teologales son fe, esperanza y caridad. Se llaman «teologales»
porque tienen su fundamento en Dios, se refieren inmediatamente a Dios y son
para nosotros los hombres el camino para acceder directamente a Dios.
[1812-1813, 1840]
La
templanza es una virtud porque modera la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados. [1809, 1838]
Quien es intemperante se abandona al dominio
de sus impulsos, arremete contra otros por su codicia y se perjudica a sí
mismo. En el Nuevo Testamento encontramos como sinónimos de «templanza» palabras
como «moderación» o «sobriedad».
Se actúa justamente estando siempre pendiente de dar
a Dios y al prójimo lo que les es debido. [1807, 1836]
El
principio de la justicia dice: «A cada uno lo suyo». Un niño discapacitado debe
ser apoyado de un modo diferente a uno superdotado, de forma que ambos reciban
lo que necesitan. La justicia se esfuerza por la compensación y anhela que los
hombres reciban lo que les es debido. También ante Dios debemos dejar que reine
la justicia y darle lo que es suyo: nuestro amor y adoración.
“Vivir
bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con
todo el obrar. Quien no le obedece más que a él (lo cual pertenece a la justicia),
quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la
astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor
entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual
pertenece a la fortaleza)”. San Agustín
Hacer
violencia a la conciencia de la persona es herirla gravemente, dar el golpe más
doloroso a su dignidad. En cierto sentido es más grave aún que matarla. Beato Juan XXIII (1881-1963, el Papa
que inauguró el Concilio Vaticano II)
¡No
tengas miedo de que un día se acabe tu vida! Teme más bien perder la ocasión de
comenzarla correctamente. Beato John
Henry Newman
Se llega a ser prudente aprendiendo a distinguir lo
esencial de lo accidental, a ponerse las metas adecuadas y a elegir los mejores
medios para alcanzarlas.
[1806, 1835]
La virtud de la prudencia regula todas las demás. Porque la prudencia
es la capacidad de reconocer lo justo. Quien quiera vivir bien, debe saber qué
es el «bien» y reconocer su valor. Como el comerciante en el Evangelio: «al
encontrar una perla de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra»
(Mt 13,46). Sólo el hombre que es prudente puede aplicar la justicia, la fortaleza
y la templanza para hacer el bien.
300.-
¿Por qué debemos cultivarnos a nosotros mismos?
Debemos cultivarnos a nosotros mismos para poder
practicar el bien con alegría y facilidad. A ello nos ayuda en primer término la
fe en Dios, pero también el hecho de vivir las virtudes; es
decir, que con la ayuda de Dios formemos en nosotros actitudes firmes, no nos
entreguemos a ninguna pasión desordenada y orientemos las potencias de la razón
y de la voluntad cada vez más inequívocamente hacia el bien. [1804-1805,
1810-1811, 1834, 1839]
Las principales virtudes son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Se las llama también «virtudes cardinales» (del lat. cardo = perno, gozne de la puerta, o bien cardinalis = importante).
Una virtud es una actitud interior, una disposición
estable positiva, una pasión puesta al servicio del bien. [1803, 1833]
«Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto»(Mt
5,48). Es decir, tenemos que transformarnos en el camino hacia Dios. Con
nuestras fuerzas humanas sólo somos capaces de ello parcialmente. Dios apoya
con su gracia las virtudes humanas y
además nos regala también las llamadas virtudes
teologales, con cuya ayuda alcanzamos con seguridad la luz y la cercanía
de Dios.
298.-
¿Es culpable ante Dios alguien que actúa
erróneamente, pero siguiendo su conciencia?
No. Si uno se ha examinado detalladamente y
ha llegado a un juicio cierto, hay que seguir en cualquier circunstancia la
propia voz interior, aun corriendo el riesgo de hacer algo equivocado. [1790-1794,
1801-1802]
Dios no nos acusa del mal que se provoca por
un juicio de conciencia erróneo no culpable. Por mucho que haya que seguir finalmente
la voz de la propia conciencia, hay que ver claro que, invocando abusivamente
una supuesta conciencia, en ocasiones se ha falsificado, asesinado, torturado y
engañado.
Sí, es más, debemos hacerlo. La conciencia que todo ser humano tiene por
nacimiento, puede ser conducida en mala dirección o adormecida. Por eso debe
ser formada para llegar a ser un instrumento, cada vez más sensible, de la
actuación justa. [1783-1788, 1799-1800]
La primera escuela de la conciencia es la autocrítica, a la luz de la
Verdad sinceramente buscada. Pues los hombres tenemos la inclinación a juzgar a
favor nuestro. La segunda escuela de la conciencia es la orientación al buen
obrar de los otros. La formación correcta de la conciencia conduce al hombre a
la libertad de hacer el bien conocido rectamente. La Iglesia, con la ayuda del
Espíritu Santo y de la Escritura, ha acumulado en su larga historia mucho
conocimiento acerca del buen obrar; pertenece a su misión enseñar a las
personas y darles también directrices.
La canción "Vida", de Luis Enrique Ascoy, narra una historia de conversión y seguimiento libre de la propuesta de Jesús.
Vida
Yo era un tipo relativamente bueno
mejor dicho, yo era un pobre diablo más
tenía llena la barriga, y la conciencia tan tranquila
que llegue a sentirme bueno de verdad.
Hasta que un día tocando esta guitarra
me hablaron de un flaco que murió de amor
y aunque siempre fui contrera, yo que no quería problemas
me metí en esta locura del Señor.
Y fue allí donde comenzó la vida
y la vida se decidió a vivir,
y viviendo se construyó una historia
que tu ya sabes de memoria
porque tiene algo de ti.
Me dió una fuerte cristianitis aguda
tan aguda, que jamás pude sanar
y junto a otros desahuciados, nos conseguimos un barco
y nos fuimos a buscar la libertad.
Y somos felices juntos navegando
a pesar de las tormentas de alta mar,
y un amor puro y sincero, que encontré en un aguacero
me enseñó a decir "te quiero" de verdad.
Y ahora quieren que me baje de mi barca
que de Cristo no me voy a alimentar
que tengo que ser realista, digo mejor "materialista"
y a ese suicidarse llaman sociedad.
Y aunque voy a hacerle frente a la vida
de Jesús nadie me podrá separar
y en cada fin de semana, mi amor y yo, y esta guitarra
296.- ¿Se
puede obligar a alguien a hacer algo contra su conciencia?
Nadie puede ser obligado a actuar contra su
conciencia, mientras su acción se sitúe dentro de los límites del bien común.
[1780-1782, 1798]
Quien pasa por alto la conciencia de un
hombre, la ignora y la presiona, atenta contra su dignidad. Pocas cosas hacen
más hombre al hombre que el don de poder distinguir por sí mismo el bien del mal
y poder elegir entre ellos. Esto es válido incluso cuando la decisión, vista
desde la luz de la Verdad, es errónea. Si una conciencia se formó rectamente, la
voz interior habla en coincidencia con lo que es razonable, justo y bueno ante
Dios.